Las Cuarenta Horas
En la liturgia católica las Cuarenta Horas, Quarant’ore, son la evocación del período que va del Viernes Santo (la muerte de Jesús) a su resurrección (Domingo de Pascua). En la Biblia, a menudo, el número 40 se utiliza como símbolo para indicar un período cronológico de prueba y aislamiento. En la práctica ritual, existen dos tipos de celebraciones de las Cuarenta Horas: un turno anual ininterrumpido de adoración que se perpetúa de iglesia en iglesia, y otro de forma esporádica, ligado sólo a ciertos períodos del año, que se realiza a veces sin la adoración nocturna, que es la más generalizada y todavía hoy está en uso en muchas comunidades parroquiales. En los siglos XVII y XVIII, esta segunda forma se introdujo en los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza con una función de reparación para oponerse a los excesos del Carnaval, sostenida y difundida especialmente por los jesuitas. El origen de esta devoción, que lleva el título de Oratio quadraginta horarum es incierto. La primera evidencia de esta práctica se encuentra entre los Battuti di Zara en la iglesia de S. Silvestro, antes de 1214, en la que también surgió la hermandad In Coena Domini de las Cuarenta Horas. La práctica de exponer el Santísimo Sacramento para la adoración de los fieles durante cuarenta horas de manera continua, con el fin de propiciar la intervención del Señor, especialmente en tiempos de calamidades y guerras, se llevó a cabo por primera vez en 1527 en la iglesia del Santo Sepulcro en Milán. Fue por iniciativa del agustino Antonio Bellotto de Ravenna (+1528), que se instituyó también la escuela del Santo Sepulcro ligada a tal fin, dando comienzo al uso de la repetición de las Cuarenta Horas incluso fuera de la Semana Santa. El Papa Paulo III, mediante la petición del vicario general de Milán hecha en nombre del gobernador y el pueblo de Milán, aprobó esta práctica con el breve apostólico del 28 de agosto de 1537. La celebración fue institucionalizada por el Papa Clemente VIII en los documentos Graves et diuturnae en 1592 (Instructio Clementina). Urbano VIII, con la encíclica Aeternus rerum Conditor del 6 de agosto de 1623, ordenó a todas las iglesias del mundo la celebración de las Cuarenta Horas.
En Nápoles, la práctica de las Cuarenta Horas se testimonia en diversas iglesias, y en especial, en el Oratorio de los Jerónimos, especialmente durante los últimos días de Carnaval con la intención de distraer a los fieles de las prácticas licenciosas del carnaval. Por otra parte, ya antes de 1550 la exposición prolongada del Santísimo Sacramento había sido fuertemente deseada por San Felipe Neri para la Cofradía de la SS. Trinidad de los Peregrinos en Roma. Esta devoción fue introducida y promovida por Giovanni Giovenale Ancina (Fossano 1545- Saluzzo 1604), quien formuló las instrucciones redactadas de manera que las ceremonias se llevaran a cabo con solemnidad y decoro. En el Oratorio napolitano fueron famosas las composiciones para dicha liturgia por parte del sacerdote y músico Erasmo di Bartolo (Gaeta 1606 – Nápoles 1656) también llamado Padre Raimo. En particular, son importantes sus motetes a cuatro coros que continuaron siendo copiados durante el virreinato español y el sucesivo dominio austríaco hasta el final del siglo XVIII. El 15 de febrero de 1662 el virrey Gaspar de BracamonteGaspar de Bracamonte y Guzmán, III conde de Peñaranda (1595-1676), proviene de una de las más antiguas y potentes familias aristocráticas españolas. Fue Presidente del Consejo de las Indias, jefe de la delegación española en la Paz de Westfalia en 1648, virrey de Nápoles de 1659 a 1664 y, tras la muerte de Felipe IV (1665), formó parte del consejo de regencia de la reina viuda Mariana de Austria (1634-1696) durante la minoría de edad de Carlos II (1661-1700). asistió, en el ámbito de las Cuarenta Horas, a la actuación musical a 5 coros del Padre Raimo en la propia iglesia de los Jerónimos.