Juana I de Castilla
Juana I de Castilla, conocida como “La Loca” (1479-1555) era la tercera hija de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla. Tras la muerte de sus hermanos mayores, Juan e Isabel, y el hijo de ésta última, Miguel, ella heredó el trono de Castilla a la muerte de la madre (1504). Sin embargo, su esposo Felipe I de Habsburgo, con el que había vivido hasta entonces en el ducado de Borgoña, la derrocó a ella y al padre de ésta, Fernando, del gobierno efectivo. Justo a principios del siglo XVI se remontan los primeros rumores de la supuesta locura de la soberana, debida, según la tradición, al amor obsesivo hacia su esposo y la infidelidad constante de éste. La muerte de Felipe (1506), sin embargo, no marcó un regreso al poder de Juana, que estaba encerrada, por orden de su padre, en la fortaleza de Tordesillas (1509), donde vivió el resto de su vida. Su hijo mayor, Carlos V (1500-1558), decidió mantenerla en cautividad, incluso después de la muerte de Fernando (1516), cuando se convirtió en el nuevo rey de Castilla y Aragón. Juana siguió siendo formalmente reina, incluso estando reclusa por 46 años, sujeta a la dura y violenta custodia de los marqueses de Denia. En 1520, la llamada revuelta de los Comuneros vio en ella a la figura ideal para contrarrestar el poder del joven Carlos V, aunque Juana siempre se negó a tomar partido contra su hijo. Sofocada la revuelta, regresó a su prisión, donde vivió hasta los 76 años de edad.