Milán
El Milán barroco formó parte del imperio de los Habsburgo de España (en 1535 Carlos V, 1500-1558, incorporó definitivamente el ducado milanés a sus posesiones imperiales). Los españoles fortificaron la ciudad, dándole unas enormes murallas de más de once kilómetros (una de los más largas de Europa), y se encomendó la administración a un gobernador. A caballo entre los siglos XVI y XVII, dos olas sucesivas de peste (1576 y 1630-1631) causaron una reducción de la población: de más de 130.000 habitantes de la primera mitad del siglo XVI, se redujo a cerca de 60.000. Durante la dominación española, la ciudad perdió la centralidad política conseguida en época ducal con los Visconti y los Sforza, pero vio consolidado el protagonismo de la silla del arzobispo, a menudo en conflicto con los intereses de la Corona española y, en algunos casos, con las propias directivas de Roma. Primero, Carlos (1560-1584) y después, Federico (1595-1631) Borromeo, eran intérpretes prestigiosos del mecenazgo y de la política eclesiástica, con una fuerte reorganización de la estructura diocesana. En 1647 hubo una conjura anti-española, que no obtuvo el resultado de las contemporáneas en Nápoles y en Palermo. Durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), el estado de Milán fue un centro neurálgico de la política militar española. En 1655 la ciudad fue sitiada por los franceses. En 1714, Milán pasó oficialmente bajo dominio de la dinastía imperial de los Habsburgo de Austria e inició su rica estación ilustrada.