Madrid
En la segunda mitad del siglo XVI, roto el sueño imperial, Carlos V (1500-1558) se vio obligado a dividir sus posesiones entre su hijo y su hermano. España fue asignada a Felipe II (1527-1598). En 1561 el nuevo monarca eligió Madrid (en la foto el símbolo de la ciudad, El Oso y el Madroño) como la nueva capital de su reino (que también incluía los territorios italianos y las colonias del Nuevo Mundo) y mandó construir en sus alrededores el palacio-monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En unas pocas décadas, de ser una pequeña villa (que no superaba los 10.000 habitantes), Madrid se convirtió en una ciudad populosa: “Sólo Madrid es Corte”, decía un proverbio de la época, por no decir que el centro castellano era ahora la única sede de la corte de los Habsburgo (Carlos V había sido, en cambio, un soberano itinerante), y que todo giraba en torno a esta ciudad. Especialmente durante el reinado de Felipe III (1598-1621), Madrid se adaptó a las nuevas exigencias institucionales: la Plaza Mayor se convirtió en el punto de convergencia del agregado de calles alrededor de la cual la ciudad iba a crecer en los siguientes años. En el siglo XVII, Madrid acogió las ceremonias religiosas y procesiones solemnes, marcadas por el estilo barroco y la Contrarreforma, y los característicos Autos de fe (los actos de fe públicos impuestos por la Inquisición a los declarados culpables, que podía terminar con la quema de los mismos). En el siglo XVIII, la capital del reino adquirió un aspecto particular, distinto del Barroco, que hoy sigue siendo admirable.