Nuria González Barrero, El convento de las Salesas Reales de Madrid
El trabajo aquí presentado es sobre el Convento de las Salesas Reales de Madrid. Es del siglo XVIII, de estilo Rococó, por lo que es un Barroco ya llevado a sus últimas consecuencias. Dicho Convento estaba compuesto por una iglesia y un convento, y fue construido a petición de la reina Bárbara de Braganza en el año 1748, con un doble fin, por un lado como colegio para educar a las hijas de la nobleza, y por otro, como posible lugar de residencia en el supuesto de que su esposo, Fernando VI, falleciera antes que ella. Dicho edificio es hoy en día la parroquia de Santa Bárbara, ubicada en el barrio madrileño que lleva su nombre, donde se encuentran los sepulcros de ambos reyes: Bárbara de Braganza (1711-1754) y Fernando VI (1713-1759).
Sin embargo, esta presentación más que en el estilo arquitectónico del Convento, se centra en el tipo de educación que recibían las niñas que asistían al mismo, pretendiendo ofrecer un primer acercamiento, a grandes rasgos, a lo que era la educación de este periodo y concretamente a la que se impartía en este Convento, el de las Salesas Reales de Madrid.
El motivo por el cual escogí dicha institución educativa, no fue otro más que analizar la educación en un periodo de la Edad Moderna en el que la educación comienza a ser concebida como una herramienta de poder y cambio para mejorar la cultura y la sociedad en España. Para los ilustrados, de la educación dependía la felicidad de los hombres y esta felicidad era el principal objetivo que perseguía la naturaleza humana. Sin embargo, la realidad era bien distinta: las tasas de analfabetismo eran considerables, la calidad del sistema bastante baja y la educación estaba bajo el control de la Iglesia.
Así, los Ilustrados intentaban establecer un sistema educativo basado en una educación laica, centrada en la moral y en la razón, de acceso universal, gratuita, obligatoria en la etapa primaria y, sobre todo, bajo el control del Estado, en donde la educación primaria era una pieza fundamental dentro del programa de modernización de la realidad social española (Gutiérrez Gutiérrez C. (2002), “Educación e Ilustración. Manifestaciones en Cantabria”, Cabás, 2, pág. 2). Sin embargo, como cabía esperar, la implantación de este proyecto chocó con una férrea resistencia, principalmente, por parte de la Iglesia; además, las dificultades de la hacienda regia impidieron poder llevar a buen puerto gran parte de estas ideas (García García C. (1996), La crisis de las haciendas locales: de la reforma administrativa a la reforma fiscal (1743-1845), Salamanca, Junta de Castilla y León), por lo que en muchos casos, la Iglesia mantuvo el control sobre la educación en sectores muy amplios.
Ahora bien, la situación de la educación en España era bastante mala, a pesar de los esfuerzos que se realizaron desde la creación, en 1642, de la Hermandad de San Casiano. Los niveles de alfabetización eran muy bajos, al igual que los niveles de escolarización (Miñambres Abad A. (1981), “Las escuelas de Lérida en el siglo XVIII”, en Simposio Internacional sobre Educación e Ilustración. Dos siglos de Reformas en la enseñanza Primaria, Madrid: MEC, pág. 501; Ruiz Berrio J. (1988), “La crisis del profesor español en la Ilustración”, en Simposio Internacional sobre Educación e Ilustración. Dos siglos de Reformas en la Enseñanza Primaria, Madrid: MEC; Vaquero Iglesias J. A. y Fernández Pérez A. (1981), “El ideario educativo de Jovellanos y la escuela de primeras letras del Instituto Asturiano”, Aula Abierta, 31; Almuina Fernández C. (1974), Teatro y Cultura en el Valladolid Ilustrado, Valladolid: Ayuntamiento de Valladolid, pág. 58), la formación de los profesores muy mala y el control del Estado sobre la misma bastante escasa, pues no se debe olvidar que la Iglesia era quién realmente monopolizaba la educación en España. Así, y como se puede apreciar, si la situación educativa que se planteaba era complicada en cuanto a la diferencia entre lo que, en teoría, se pretendía llevar a cabo y lo que, después, se llevaba realmente a la práctica, no imaginemos, entonces, la situación educativa femenina.
Desde comienzos de la Edad Moderna, la educación de las mujeres comenzó a ser un tema clave que inspiró grandes proyectos educativos como El Emilio de Rosseau conocido a nivel internacional, o en un ámbito más reducido, en España, el Discurso sobre la Educación Popular de Campomanes. No obstante, centrándonos en España, hay que decir que durante los siglos XV-XVI ya se había mostrado alguna que otra preocupación por la educación de las mujeres, pero sin que ello tuviera demasiada repercusión. Cabe destacar, aunque como caso excepcional, en 1524, el texto De la instrucción de la mujer cristiana de Juan Luis Vives, que tuvo gran difusión y aceptación, pero lamentablemente, sus pretensiones no pasaron del papel. Igualmente, es importante resaltar el Real Colegio de Nuestra Señora de Loreto y el Colegio de Santa Isabel, construidos en 1585 y 1595 respectivamente, a petición de Felipe II o el Colegio de la Purísima Concepción, construido en 1651 bajo orden de la Santa y Real Hermandad del Refugio de Madrid, entre otros. Dichos colegios fueron construidos, principalmente, para niñas huérfanas; con el fin de recoger a todas aquellas niñas desamparadas que no tuvieran hogar y ofrecerles educación en lo que a nociones básicas de catecismo y labores domésticas se refiere. No obstante, al ser éstos los únicos centros educativos destinados a niñas, poco tardaron en abrir sus puertas a otras clases sociales, incluyendo los estratos sociales más altos. Pese a ello, y al igual que muchos de los intentos en términos de educación, que se pretendieron poner en práctica durante el Barroco, no tuvieron el impulso suficiente para poder llevarse a cabo, motivo por el cual la educación siguió siendo tan precaria como hasta entonces.
De cualquier forma, fue a partir del siglo XVII cuando comenzó a tomarse más en cuenta la educación femenina y fue a partir de entonces cuando empezaron a demandarse más los centros educativos para niñas, aunque éstos siempre estaban ligados a los mismos intereses que primaban en el momento: o bien los religiosos, o bien los de la Corona o bien los políticos.
Por otro lado, en cuanto a la educación femenina en tiempos de “El Barroco español”, y que coincide con la que se impartía en el Convento de las Salesas Reales de Madrid, estaba caracterizada por ser un aprendizaje muy rudimentario y limitado. Dicha educación se centraba, predominantemente, en los deberes familiares y domésticos, en el catecismo religioso y, en menor medida, en escribir y leer, cuya enseñanza se hacía a partir de libros religiosos como Evangelios o Epístolas, entre otros. Sin embargo, no se consideraba útil que las mujeres tuvieran tan amplios conocimientos como los hombres debido a que no les era necesario para sus futuras tareas encomendadas. De hecho, resulta cuanto menos sorprendente que incluso las hijas de la nobleza eran educadas en esta línea. Su educación se reducía a las tres áreas mencionadas anteriormente: deberes domésticos, catecismo y lectura y escritura. Es cierto que, la educación de estas niñas de clase alta era más en detalle y esmerada, pero sin llegar a aprender ningún otro conocimiento que se saliera de la línea ni tampoco aprender materias como ciencias exactas o verdades abstractas como las que aprendían los niños. De hecho, “era impensable una formación superior para la mujer cuya entrada estaba vetada en las aulas universitarias, en muchos centros de enseñanza secundaria y en la propia Biblioteca Real”. (Aguilar Piñal F. (1988), “La educación al servicio del progreso en el siglo XVIII”, en AA. VV., Carlos III y la Ilustración, Madrid, I, pp. 45-60). Todo ello, se debe a que, tanto para las hijas de la nobleza o burguesía como para las del pueblo llano, el objetivo principal era que dichas niñas, cuando crecieran, se dedicaran a moralizar a la sociedad y a educar y cuidar a sus familias, por ello que se pusiera tanto interés en el aprendizaje religioso-moral.
Además, a diferencia de la educación de los niños, quiénes asistían a las escuelas para aprender, la educación de las mujeres se realizaba predominantemente en las casas, pues permitían unas enseñanzas menos formales. En líneas generales, mientras que los niños de las clases sociales altas asistían a colegios, los niños procedentes de las clases sociales bajas asistían a las escuelas de primeras letras. De la misma forma, las niñas de las clases sociales altas asistían a conventos, en el mejor de los casos, mientras que las niñas de las clases sociales bajas apenas asistían a las escuelas. Cabe destacar aquí, la definición de escuela, según Covarrubias (Covarrubias S. (1979), Tesoro de la lengua castellana o española. Primer diccionario de la lengua, Madrid: Turner), que la definió como, cito textualmente “en singular, comúnmente significa la casa o pórtico donde se enseña a leer y a escribir a los niños”.
Para concluir, es importante destacar que, a pesar de que la educación femenina comenzó a tenerse en cuenta más seriamente a partir del siglo XVII, los intentos de cambio no tuvieron el apoyo necesario para poder ir más allá del papel, además de que dichos intentos siempre estuvieron ligados a ciertos intereses por parte de la Corona, religiosos o políticos que impidieron que la educación avanzara y se desarrollase. Y, finalmente, he de mencionar también que la educación resultaba ser muy desigual en muchos aspectos como los contenidos, y estaba muy restringida a zonas urbanas, a clases sociales altas y al sexo masculino, por lo que en cierto modo, se dejaba ver la mentalidad general de la época todavía influida por la forma de pensar de años anteriores.